INQUISIDOR
Seres colmados de estrabismo
Herpes, sífilis, infectados
Misántropos masturbadores
bíblicos
Violadores y flageladores de sus propios cuerpos
Su castidad castra la idea de su asquerosa iglesia
Veo reunidos conciliando su odio
Sádicos y masoquistas
Poseídos por la rabia del débil
Las garras del diablo empiezan a rasgar su vestidura
te has levantado en las victimas de tus torturas
alimentas tu organismo de heces y pedofilia
manipulaste la historia, exagerando el miedo
los latigazos, la corona, los clavos son del hijo de
dios
la hostia, el vino y los rezos es el paracito
eclesiástico.
esta fue y será la base de su ideología
he aquí cuando los hilos de las marionetas empiezan a
notarse
subo la mirada hacia la luz
manipulados y secuestrados
un ser tétrico, gimiendo en rabia
lo observo, el a mi
me sonríe, me entrega gentilmente a estos seres
observa y disfruta ser iluminado… Lo escuche!
ahora entiendo, lo manipulo, lo disfruto
esta barbarie llamada humanidad es tan desastrosa
he aquí una muestra:
TORTURAS MÁS CRUELES DE LA
INQUISICIÓN (DESDE SU CREACIÓN HASTA SU ABOLICIÓN EN ESPAÑA)
1-El potro
Tristemente, «el potro» fue una de las máquinas de
tortura más conocidas de la Edad Media. Su sencillez, su facilidad de
construcción y, finalmente, su efectividad a la hora de lograr que el reo
confesase (o dijese al pie de la letra lo que los inquisidores querían escuchar) hizo que fuera una
de las máquinas más famosas durante aquella época. Y no solo en el ámbito religioso.
«Se llamaba así al caballete o potro triangular sobre el que se ponía a
los acusados que no querían confesar. El potro era empleado también por la justicia
ordinaria en la aplicación del tormento», explica la escritora del S.XIX
Irene de Suberwick en su obra «Misterios de la
Inquisición y otras sociedades secretas de España».
Su funcionamiento era simple, pero eficaz. Para causar
el mayor dolor posible al preso, se le ubicaba sobre una mesa que contaba con cuatro
cuerdas. Cada una de ellas, para atar sus brazos y piernas. «Las cuerdas de
las muñecas estaban fijas a la mesa y las de las piernas se iban enrollando a
una rueda giratoria. Cada desplazamiento de la rueda suponía una extensión de
los mismos», destaca Primitivo Martínez Fernández en «La Inquisición, el lado
oscuro de la Iglesia». El dolor que producía en los huesos era sumamente
insufrible y, si las vueltas a aquella maléfica rueda eran demasiadas, podía provocar
el desmembramiento de las extremidades.
Usualmente, este tormento solía tener dos partes. La
primera duraba varias vueltas y buscaba amedrentar al preso. Posteriormente, se
paraba la máquina y se instaba a la víctima a «hablar». Si no aceptaba,
se continuaba hasta que lo hiciese. Con todo, algunos autores son partidarios
de que había un nivel más de interrogatorio. Este duraba presuntamente varios
días y, tras él, el reo solía fallecer. Fuera como fuese, la víctima podía ser
cruelmente estirada hasta 30 centímetros. A su vez, destaca que, si no
obtenían la confesión deseada, también podían recurrir a aplicar otros castigos
al sujeto allí tumbado mientras el potro surtía su efecto (por ejemplo, quemar
sus costados con fuego -siempre considerado purificador-).
Además del posible desmembramiento, el dolor que
causaba esta máquina era increíble. «El torturador le daba vueltas al timón […]
hasta que los huesos de la víctima eran dislocados con un ruido fuerte,
causado por los cartílagos, ligamentos y huesos que se rompían. Si el
torturador seguía girando el timón, las piernas y los brazos eran eventualmente
arrancados del cuerpo», señala Luis Muñoz en su obra «Origen,
Historia Criminal y Juicio de la Iglesia Catolica». Tal y como se puede observar en
las crónicas de la época, tras unas «vueltas» en este invento era casi
imposible mantenerse en pie. Lo mismo pasaba con la capacidad de caminar. De
hecho, era sumamente difícil dar siquiera dos pasos.
2-El aplasta pulgares
El aplasta pulgares era un instrumento metálico en el
que se introducían los dedos de las manos y los pies. A continuación, mediante
un tornillo se le daban varias vueltas hasta que los apéndices acaban
totalmente destrozados. Tenía un origen veneciano y la mayoría de los
textos lo definen como un utensilio sencillo, pero sumamente doloroso.
3-El tormento del agua
El conocido como tormento del agua era uno de los más
imaginativos. Su utilidad era tal que, en la actualidad, algunas agencias de
inteligencia lo siguen utilizando. Contaba con varias versiones, pero la más
básica consistía en tumbar a la víctima sobre una mesa, atarle las manos y
los pies, taparle las fosas nasales (en la mayoría de los casos) y,
finalmente, introducirle una pieza de metal en la boca para evitar que
la cerrase bruscamente. A continuación, y tal y como señala Muñoz en su obra,
se le metían «ocho cuartos de líquido» por el gaznate. La sensación de
ahogamiento era insoportable y, en muchas ocasiones, hacía que la víctima se
quedase inconsciente. «La muerte usualmente ocurría por distensión o ruptura
del estómago», comenta el autor español.
Con el paso de los años, esta tortura se fue
perfeccionando hasta el punto de lograr una sensación totalmente horrible en la
víctima. Esta se lograba, principalmente, introduciendo un trapo de lino
hasta su garganta y echando agua a través de él. «El agua se filtraba gota a
gota a través del húmedo lienzo, y a medida que se introducía en la garganta y
en las fosas nasales, la víctima, cuya respiración era a cada instante más
difícil, hacía esfuerzos por tragar aquella agua y aspirar un poco de aire. Más
a cada uno de sus esfuerzos que imprimían a su cuerpo, una convulsión
dolorosa [aparecía]», explican Feréal y otros autores en «Misterios de la
Inquisicion de España». El sufrimiento se medía acorde al número de jarros del
líquido elemento que se introducían entre pecho y espalda de la víctima.
Uno de las muertes más crueles por este método se
sucedió a finales del siglo XVI, como bien señala Muñoz: «Uno de los muchos
casos registrados por la Inquisición en 1598 estuvo relacionado a un
hombre que fue acusado de ser un hombre lobo y poseído por un demonio. El verdugo
vació un volumen de agua tan grande en la garganta de la víctima, que su
barriga se expandió y se puso dura poco antes de que muriera». El último
tipo de «tormento del agua» consistía en hacer lo mismo, pero en una escalera
sobre la que se ponía al preso boca abajo.
En pleno 2015, la CIA sigue utilizando una tortura
similar a esta, aunque es llamada «ahogamiento simulado» y se lleva a cabo tumbando al
preso en una mesa, vendándole los ojos (tras sujetarle manos y pies) y,
finalmente, arrojándole agua al interior de la boca y la nariz. Aunque parezca
un acto inocente es sumamente cruel, pues -al no ver nada- el cerebro sufre una
sensación de ahogamiento y claustrofobia similar a la que se produciría bajo el
líquido elemento. El organismo suele responder con convulsiones y temblores.
Según el Departamento de Justicia
de los Estados Unidos, se usó contra los presos de Guantánamo durante años. Además, es una
técnica de interrogatorio que las fuerzas especiales americanas deben aprender
a eludir antes de ser enviadas a territorio enemigo.
4-La pera vaginal, oral o anal
Como su propio nombre indica, este instrumento de
tortura tenía forma de pera (estrecho en una punta y ancho en la otra) y se
introducía en la boca, la vagina o el ano de la víctima. La oral se
aplicaba a «predicadores heréticos y reos de tendencias antiortodoxas» la vaginal
a las mujeres culpables de «relaciones con Satanás o con uno de sus
familiares» y la anal a los «homosexuales pasivos». Una vez en el
interior, comenzaba el suplicio, pues se abría mediante un tornillo
generando un dolor inmenso en el preso.
«La pera era forzada dentro de la vagina, ano o boca.
Una vez dentro de la cavidad, era entonces expandida al máximo girando
un tornillo. La cavidad en cuestión resultaba irremediablemente mutilada,
casi siempre ocasionando la muerte», determina el divulgador histórico Martín
Careaga en su obra «La santa Inquisición». Además del dolor que causaba
cuando se abría, en sus paredes exteriores contaba con unas púas que
desgarraban el interior de la boca, la vagina o el ano del afectado
provocando severas hemorragias.
5-La garrucha
Esta tortura era conocida en la vieja Europa como «estrapada»,
aunque en España fue importada como «la garrucha». Su funcionamiento, al
igual que el del potro, era bastante sencillo y no requería de un gran
equipamiento técnico, pero no por ello era menos dolorosa. La tortura
consistía, simple y llanamente, en atar las manos del preso por detrás de su
espalda. A continuación, se alzaba a la víctima varios metros del suelo (tirando
de sus muñecas) mediante un sistema de poleas. Una vez en alto, llegaba el
castigo. «Finalmente, se le dejaba caer. La longitud de la cuerda estaba medida
para que no se golpeara con el suelo, pero la sacudida le dejaba
descoyuntado», añade Martínez Fernández en su obra. El descenso hacía que todo
el peso del cuerpo de la víctima se sustentase en los brazos, algo sumamente
doloroso.
En palabras de este autor, esta tortura fue utilizada
en primer término en Italia, donde era llamada «strapatto» y, al igual que el
potro, contaba con varias partes. En la primera, se suspendía a la víctima unos
seis pies (unos 2 metros) sobre el suelo y se la dejaba caer desde allí. Este
procedimiento, según Muñoz, provocaba desgarramientos en el húmero y dislocaba
la clavícula. Después de esta «primera toma de contacto» con «la garrucha»,
se preguntaba al prisionero si quería confesar sus pecados a la Santa Inquisición.
Si así lo hacía, el tormento se daba por finalizada. En caso contrario volvía a
empezar, aunque de una forma un poco más dolorosa.
«En esa posición [cuando estaba suspendido] hierros
de aproximadamente cuarenta y cinco kilogramos eran atados a los pies. Los
verdugos entonces halaban la cuerda y soltaban bruscamente a la víctima,
sujetándole fuerte antes de que tocase el piso», señala Muñoz. El proceso se
repetía una y otra vez. Curiosamente, a partir de 1620 varios inquisidores hicieron
múltiples recomendaciones para que el dolor del prisionero fuese lo más intenso
posible. Entre las mismas destacaban el levantar muy lentamente al reo para que
«disfrutase» del cruel viaje y dejarle suspendido el tiempo en que se tardaba
en recitar dos veces en silencio el salme «Miserere» (una oración de
arrepentimiento).
«Si la víctima aguantaba la tortura y rehusaba
confesar, los torturadores la llevaban a una plataforma donde le quebraban
los brazos y las piernas hasta que moría», completa Muñoz. Pero no se
detenía en ese punto el castigo pues, si lograban resistir y no se marchaban al
otro barrio, el preso era estrangulado y quemado. No fue el caso de una bella
mujer que, según cita M.V. de Feréal (S.XIX) mientras sufría la tortura
de la garrucha «sufrió un ataque en el que lanzó mucha sangre de su pecho».
Según parece, durante el castigo se le rompió la arteria, lo que la hizo
fallecer a las pocas jornadas. Curiosamente, una tortura similar fue practicada
décadas después por los nazis en Auschwitz.
6-La cuna de Judas
La «cuna de Judas» era un artilugio que estaba formado
por dos elementos. El primero era un sistema de poleas que permitía
alzar a una persona en el aire. El segundo, una pequeña pirámide de madera cuya
punta estaba sumamente afilada. La tortura consistía en levantar a la víctima
en el aire y dejarla caer repetidamente y con fuerza sobre la base del
artefacto para que su ano, vagina o escroto se desgarrasen. El verdugo,
además, podía controlar el dolor que sufría el afectado controlando la altura a
la que se ubicaba el prisionero.
Una curiosa variante de la cuna de Judas se llevaba a
cabo utilizando agua y ubicando al afectado totalmente atado apoyado con
varios pesos en los pies sobre la pirámide. «Era un tratamiento frecuentemente
utilizado contra las mujeres acusadas de ser brujas. En el juicio por agua contra las
brujas, se suponía que el agua, siendo un elemento “inocente y puro”,
haría flotar a la víctima si era inocente, pero si era culpable, entonces se
hundiría. Lo cual evidentemente siempre sucedía, pues nadie podía flotar en esa
posición», determina Careaga en su obra.
7-La doncella de hierro
Este castigo era uno de los más crueles, aunque se
sospecha que no llegó a utilizarse de forma tan usual como el potro debido a su
severidad. Para llevar a cabo la tortura de la «doncella de hierro» se
introducía al preso en un sarcófago con forma humana con dos puertas.
Este artilugio contaba con varios pinchos metálicos en su interior que,
cuando se cerraba el ataúd, se introducían en la carne del reo. Curiosamente, y
en contra de lo que se cree, estas «agujas» gigantescas no acababan con su
vida, aunque le causaban un dolor increíble y hacían que se desangrase poco
a poco. Pero eso sí, no le atravesaban de lado a lado, como se muestra en
algunas películas.
A su vez, era algo precario como elemento para lograr
que los herejes confesaran, pues no había forma de aumentar progresivamente el
dolor que causaba. «Había pocos sarcófagos y en realidad estaban pensados
para infundir terror. Cualquiera de las torturas precedentes, aunque de
apariencia más modesta, permitía una aplicación de intensidad variable, según
las necesidades, mientras que la doncella no permitía graduaciones», señala el
autor de «La Inquisición, el lado oscuro de la Iglesia».
Tal y como explicamos en ABC en 2012, la primera ejecución con este
método se sucedió el 14 de agosto de 1515, y la víctima fue un
falsificador. «Las puntas afiladísimas le penetraban en los brazos, en las
piernas, en la barriga y en el pecho, y en la vejiga y en la raíz del miembro,
y en los ojos y en los hombros y en las nalgas, pero no tanto como para
matarlo, y aseí permaneció haciendo un gran griterío y lamento durante dos
días, después de los cuales murió», explica el autor alemán del S.XIX Gustav Freytag. Según se cree, Erzsébet Báthory,
la «condesa sangrienta» (una mujer acusada de asesinar a cientos de personas
por creer que así podría obtener la belleza eterna) era una de las asesinas que
-durante el siglo XVII- más disfrutaba usando este artilugio con aquellas
chicas que capturaba y aniquilaba.
8-La sierra
La «sierra» era uno de los castigos más brutales que
se podían perpetrar contra un prisionero. Usualmente estaba reservado a mujeres
que, en palabras los inquisidores, hubiesen sido preñadas por Satanás. Para
lograr acabar con el supuesto niño demoníaco que llevaban en su interior, los
responsables de cometer la tortura colgaban a la hechicera boca abajo con el
ano abierto y, mediante una sierra, la cortaban hasta que llegaban al
vientre. «Debido a la posición invertida en que se colgaba a la víctima, el
cerebro aseguraba amplia oxigenación y se impedía la pérdida general de sangre.
La víctima, por ello, no perdía la consciencia hasta llegar al pecho», completa
Careaga. Aunque no era una tortura que buscara una confesión, su crudeza hace
que no pueda ser olvidada en esta lista.