EL HOLOCAUSTO (ELOY ALFARO)
Anita, Medardo, Padre, viene la canalla, llega, yo los siento, los
escucho. Llega la turba enfurecida, salivante, jadeante, llena de maldad.
Espuma cuelga de su boca, el insulto, la agresión, la calumnia, el grito des-templado,
la mofa… Sé, sé que están cerca ya de mi puerta, el grito destemplado, la
interjección, la carcajada… el olor a sangre presentida penetra por los
resquicios de la puerta. Allí están, frente a mí los asesinos. Nos contemplamos
cara a cara, ellos sudorosos, asustados pero envalentonados, los cerebros
pequeñitos hormigueándoles, las manos inquietas en el afán de estrangular,
yugular, matar. ¿Por qué, por qué? ¿Por qué son ellos los que vienen contra mí?
No los conocí, no los conozco, son el rostro de la maldad, pobres títeres
enviados por otros, por los poderosos que quieren destruirme, ejecutarme.
Incoherentes, viles, hombres y mujeres; las mujeres más agresivas, lesivas y
terribles, en su rostro, casi verdoso por la desesperación, se adivina el interés
personal de una paga que les habría sido ofrecida por el crimen. Más viles que
en un lupanar, las mujeres realizan muecas parecidas a risas de hediondas
calaveras, algunos frailucos les acompañan, custodiados por ladrones, por la
hez de los barrios bajos. Sus lenguas vociferantes, infectas, llenas de
mentiras, sus pechos, apretados y putrefacto-tos, sus ojos, los de la serpiente
en la cace-ría de la presa, frío, preciso, desprovisto de todo tipo de
sentimientos. ¿Por qué, por qué vienen en mi cacería? ¿Tal vez algún día los
ofendí? ¿Tal vez en algún instante los sorprendí en la práctica consistente de
la maldad, de la difamación, del crimen? ¿Tal vez… tal vez solamente soy tan
distinto a ellos que no pueden comprenderme, asirme, sino destruirme? ¿Qué
quieren por qué siguen siendo marionetas de los poderosos, de los que siempre
han gobernado, mandado y determinado? ¿Por qué me odian? ¡Yo soy tal cual como
todos! ¡Nada tengo, nada valgo, nada pido y este es mi pecado, el pecado
original de los que se levantaron contra los que son dueños de todo, contra los
verdaderos amos! Ustedes, simples y sucias marionetas, ustedes proscritos de
toda bondad, de toda verdad, de toda generosidad. Ustedes, turba famélica que
jamás luchó contra nada ni contra nadie, que se arrastró como amorfa y
gelatinosa serpiente, que recibió dones y luego mordió la mano; ustedes,
miserables, porque en su corazón y su cerebro no hay nada más que la paga,
vacuos mercenarios. ¡Tomen mi vida, nada vale, todo lo he cumplido, todo lo he
entregado, todo ha sido consumado! ¡Pobres marionetas mezquinas! Yo, yo les soy
tan inalcanzable, sólo mi vestidura material ha quedado para la ejecución del
martirio, para el último rito del ultraje, esta vieja vestidura que me acompañó
fiel en tantas batallas, mis despojos degenerar tantas veces derrotado, mi
cuerpo que conoció del amor, del canto, de los páramos y el sol y la gloria….
eso, nada más que eso…
… Pero ya nada pueden hacer contra mí, he empezado ya a elevarme, porque
mi alma, mi espíritu de luz, los contempla desde arriba, desde otra dimensión,
desde otra realidad.
Mientras suena el disparo del asesino José Cevallos, un simple fogonazo
que se quiebra entre la soledad de las mudas paredes, me recibe la inmensa
llanura de Monterita, se eleva ante mí la casa solariega de la niñez, la
veleidosa figura de mi caballo favorito juega con el viento y el mar se abre en
dorados pliegues de temblorosas y unánimes espadas.
Los Andes me reciben gigantescos y escucho la voz de mando para entrar
en batalla, el uniforme, el poncho, el cigarro, las canciones de guitarra. Y me
abraza Quito de los mil campanarios, Guayaquil generosa de río y canciones de
pueblo, Ibarra, Ambato, Gatazo.
Se abren las puertas de verdura infinita de Nicaragua, Panamá, El
Salvador y Guatemala, y Lima me canta el último vals, mientras las voces de
Vargas Torres, de Martí y de Montalvo me proclaman. Los cantos de victoria de
Caracas, las ceremonias de León, la figura de su imponente catedral surgida de
las entrañas de la tierra, los muertos, los amigos, los enemigos, el
ferrocarril cruzando por montañas y llanuras infinitas que se doblegan en
dorados trigales, el fruto, la pasión y el olvido. Del calcio fosfórico de mis
huesos, de mis girones arrastrados, de mis miembros mutilados, apelmazados de
tierra y sangre, de lloque queda de este cuerpo que siempre estuvo de pie, que
no doblegó su cabeza ante nadie, de mi forma de sable, de mi fortaleza de
centauro, de mi poder de huracán y tempestad que rompió el dominio del imperio,
se levanta el fuego, el fuego purificador,
EL FUEGO QUE CRECE EN IMPARABLE HOGUERA
Volcán que lo arrasa todo, que destruye la mentira, el engaño, el
podrido do-minio, lava eterna y purificadora en la que queda grabado mi nombre,
mi consigna, mi triunfo. Fuego de palabra, fuego de acción, fuego de alma
inmortal que revive en cada corazón patriota que espera mi nuevo paso. Este
fuego se multiplicará en miles, en millones de manos, de rostros, de
libertades, de cantos, de juventud, arco iris imparable que cubrirá con su
radiación cósmica a todo el continente y la patria será de nuevo y por fin para
todos sus hijos. Holocausto, nueva luz….Me elevo. Miles de manos me levantan,
solas Montoneras, las Alfaradas, es el pueblo heroico de Quito y Guayaquil, son
todos los liberales, son todos los mártires y las distancias, las despedidas y
las derrotas, una multitud entera me levanta, me lleva hacia el sol, siento sus
rayos besando cada uno de mis átomos y sé…
Sé que ha comenzado mi nuevo y último peregrinaje, el peregrinaje de
libertad, desigualdad, de respeto y de amor que anche-lo para todos los míos,
para mi Patria, el peregrinaje que deberé realizar hasta que cada corazón
ecuatoriano, se sienta pleno y realizado en la comunión de la igualdad, de la
dignidad, de la profunda soberanía. El peregrinaje, la misión para la cual fui
creado y que hoy, el día que me voy, apenas ha comenzado.
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